En los tiempos que vivimos, un nuevo abanico de posibilidades se nos abre ante nuestros ojos supuestamente para mejorar nuestra vida.
La tecnología nos ofrece un casi ilimitado listado de recursos para poder gestionar nuestras obligaciones de forma más rápida y eficaz sin tener otra cosa que hacer que sacar nuestro móvil u ordenador.
Podemos así, teletrabajar y no tener que desplazarnos a la oficina con el consiguiente ahorro de medio de transporte y libertad para escoger el momento para conectarnos; podemos también gestionar la gran mayoría de nuestras operaciones bancarias sin tener que acudir a la oficina del banco; realizar trámites con la Administración sin salir de casa; estar en contacto con el colegio de nuestros hijos y saber lo que pasa minuto a minuto sin personarnos allí, e incluso pedir a un asistente digital de viva voz que encienda nuestras luces, conecte la calefacción, ponga nuestra música favorita o dictarle la lista de la compra. Y podríamos seguir así durante mucho más tiempo.
Por todos estos motivos, no podemos negar que la tecnología puede facilitarnos mucho la vida ofreciéndonos posibilidades que no habríamos podido ni soñar hace apenas un par de décadas.
Pero como todo, la tecnología también tiene una cara oscura. Precisamente por la facilidad con la que se puede hacer todo y la inmediatez que deriva de ello, en conjunción con el entretenimiento que nos pueden aportar todos estos dispositivos y aplicaciones, poco a poco hemos ido convirtiéndolos en elementos indispensables de nuestra vida, hasta el punto de que existe un porcentaje de población muy elevado que tiene episodios de ansiedad si no tiene encima su dispositivo digital o si no puede usarlo durante un periodo determinado de tiempo.
Derivado de todo esto, surge la sensación crónica de falta de tiempo, porque esta tecnología ha generado la necesidad de inmediatez en casi todas las parcelas de nuestras vidas. Precisamente porque podemos hacer casi todo de forma inmediata en nuestros dispositivos, esperamos, casi siempre de forma inconsciente, que nuestras necesidades queden cubiertas de la misma manera o que las respuestas de los demás a nuestras también lo sean.
Esto genera una gran dependencia de la persona de estas tecnologías que le conectan con el mundo exterior, aunque de la misma manera que le conecta digitalmente, le desconecta del mundo humanamente.
Y aquí vamos a hacer un pequeño paréntesis para entender un concepto emocional muy importante…
Evolutiva y biológicamente hablando, el ser humano no es la especie más fuerte, ni la más veloz, ni la que tiene la piel más dura y por tanto casi infranqueable, ni la más grande, ni la que tiene las garras o colmillos más mortíferos… Básicamente podríamos decir que en la naturaleza salvaje, el ser humano no es más que un apetecible aperitivo, fácil de conseguir, para cualquier depredador que se precie y que nuestro tiempo de supervivencia en la naturaleza sería básicamente el tiempo que tardase un depredador en localizarnos.
De modo que nos podemos hacer una pequeña pregunta, ¿Cómo fueron capaces de sobrevivir nuestros primeros antepasados con tan aparentes malas cartas?
La respuesta es sencilla; cuando algunos primates abandonaron la protección del bosque en busca de nuevos espacios que les aportasen comida, se adentraron en uno con muchísima menos densidad arbórea que les diese protección y alimento, lo que les obligó a cambiar la postura cuadrúpeda por una bípeda que les permitiera ver por encima de las altas hierbas de las planicies.
Este cambio postural, trajo consigo dos nuevos saltos evolutivos. El primero fue que desarrollamos un pulgar oponible que nos permitió el uso de herramientas, y fue precisamente esto lo que supuso el detonante definitivo para que se diese el otro avance evolutivo; el desarrollo del encéfalo que traerá consigo el aumento de nuestro volumen cerebral y con ello de nuestra inteligencia hasta llegar a donde nos encontramos ahora, a ser la especie que domina el mundo. Pero…
Si dejásemos a un ser humano actual en medio de la sabana africana, ¿sería capaz de convertirse en el ser más poderoso de este ecosistema?, ¿o por el contrario tendría grandes dificultades para sobrevivir en el? ¿Sería su gran inteligencia el factor decisivo para imponerse sobre el medio o requería de algo más?
Y aquí es donde tenemos la clave de lo que somos y de cómo actuamos. El ser humano consigue imponerse a las demás especies por la inteligencia pero sobre todo por la fuerza que le aporta el grupo. Es esto último lo que permite a nuestra especie sobrevivir en cualquier medio e imponerse y desarrollarse.
Por tanto, si nuestra verdadera fuerza está en el grupo, y así lo hemos entendido durante millones de años, el “contrato social” y nuestra aceptación por parte del grupo serán claves para nuestra supervivencia. Y así lo entienden nuestros instintos más básicos, que en ese aspecto sólo piensan en términos de vida o muerte.
Y aquí es donde volvemos al punto donde lo dejamos…
Vivimos en una sociedad en la que tenemos un ritmo de vida cada vez más acelerado, en la que convivimos con una carencia de tiempo que llega a ser crónica y que da como resultado que las relaciones humanas sean cada vez más superficiales.
En una sociedad en la que muchas veces no sabemos ni cómo se llama nuestro vecino, en la que los lazos de parentesco se desvanecen tanto, que son numerosas las ocasiones en las que pasamos años sin tener ningún tipo de contacto con familiares próximos…
E inmersos en esa sociedad, los impulsos de supervivencia de nuestro instinto gregario se disparan y se generan situaciones de neurosis provocadas por la sensación de no pertenecer a ningún grupo humano, a ningún clan, lo que traducido a términos de nuestro inconsciente equivale a una sentencia de muerte.
Y es aquí dónde se produce el fuerte “enganche “que poseen las redes sociales sobre el individuo. Vienen estas a atenuar en cierto modo, las neurosis que pudieran derivarse de esa sensación de soledad porque la persona siente que puede conectar a través de ellas con otros seres humanos y tener la sensación de pertenecer a un grupo y no tener activada esa alerta de muerte.
Y es en este punto donde las herramientas emocionales pueden literalmente “salvarnos la vida” porque si no tenemos claro quiénes somos y para qué estamos en este mundo y si no tenemos consciencia de cuáles son nuestros potenciales, seremos presa fácil de esta inercia y nos encontraremos perdidos y viviendo una vida sin valor. Pero como el ser humano no puede vivir una vida sin valor, si no encuentra este en el interior de sí mismo, lo encontrará en el exterior, proyectándose en objetos o en otras personas y tenderá a aislarse en mundos virtuales que aparentemente le den lo que no encuentra dentro convirtiéndose así en una sombra de lo que podría ser.
Por ese motivo, en Herbarum Natura realizamos terapias emocionales que tienen como finalidad poder llevar a la persona a descubrir su vocación vital que es el antídoto para evitar ir a la deriva en un mundo tan deshumanizado, y para eso trabajaremos utilizando distintas herramientas como la Cosmovaloración, las Flores de Bach, los Arquetipos Jungianos, la Hipnosis Eriksoniana, etc.
Es decir, herramientas que nos ayuden a descubrir cuales son los programas internos que estamos utilizando y cuales de estos nos llevan a cumplir con nuestro plan y cuáles son los que nos están saboteando desde dentro. Herramientas que nos ayuden a identificar nuestros puntos fuertes, a desarrollar nuestra vocación y con ella poder descubrir nuestro verdadero valor que es la “piedra filosofal que va a transmutar nuestro plomo interior en oro” y va a permitir que vivamos la vida que nos merecemos tener porque como ya reflejaron los padres fundadores de EEUU, uno de los derechos fundamentales del ser humano, aparte del derecho a la vida y a la libertad, es el derecho a la búsqueda de su propia felicidad.
De modo que, si sientes que no estás llevando la vida que desearías vivir o que no terminas de encontrar la felicidad, ponte en contacto con nosotros y pregúntanos sobre nuestras terapias emocionales. Estamos para ayudarte.